Si usted toma un libro sobre el libre albedrío escrito por un neurocientífico materialista, generalmente puede asumir que el objetivo será explicar que el libre albedrío es meramente una ilusión, que en realidad estamos a merced de las fuerzas ciegas de la Naturaleza y, por lo tanto, no somos responsables de nuestras acciones. Así que es sorprendente y en cierto modo refrescante ver a un autoproclamado naturalista defender el libre albedrío. Eso es lo que el neurobiólogo del Trinity College de Dublín Kevin Mitchell se propone hacer en Free Agents: How Evolution Gave Us Free Will [Agentes libres: cómo la evolución nos dio libre albedrío].
Como señaló Denyse O’Leary sobre el libro, el debate científico sobre el libre albedrio parecerá estar reviviendo un poco, con otro libro escrito por otro científico prominente que defiende la posición opuesta, publicado el mismo año (Determined, de Robert Sapolsky). Entonces, después de leer el libro de Mitchell, pensé que valdría la pena profundizar un poco en los detalles de su argumento para los lectores de Evolutions News.
¿Tiene éxito el libro? En mi opinión, no, sí y no. En realidad, hay varias preguntas diferentes en juego aquí: ¿Tenemos voluntad? ¿Es autónoma? ¿Nos lo dio la evolución? Y si es así ¿cómo? Cada uno de estos temas tiene su propio conjunto de dificultades científicas y filosóficas, y el libro no es igualmente persuasivo en todos los puntos. Para mantener claros los distintos hilos del argumento, vayamos en orden, siguiendo el subtítulo. Comenzaremos con «cómo la evolución nos dio»…
¿Cómo la evolución nos dio «el libre albedrio»?
Cualquiera que espere una defensa de la afirmación de que los procesos darwinianos pueden o crearon sistemas neurológicos complejos se sentirá decepcionado. Ése no es el objetivo del libro. Con muy pocas excepciones1, el Dr. Mitchell trabaja desde el supuesto tácito de que (a) no existe un límite real a lo que los procesos darwinianos pueden lograr, y (b) que todo lo que existe en biología debe haber surgido a través de procesos darwinianos. Esto significa que el libro se centra principalmente en describir lo que existe en la naturaleza, siendo «evolucionado» es sinónimo de «ser».
Así, frases como «los mecanismos evolucionaron» prevalecen a lo largo del libro. Los sistemas complejos simplemente se «construyen», se «inventan» o incluso se «diseñan», sin prestar mucha atención a los detalles concretos o a los problemas de ingeniería relevantes. El siguiente pasaje es típico:
Surgieron criaturas más complejas, que colonizaron y crearon nuevos nichos, con repertorios ampliados de acciones posibles. Se necesitó entonces un sistema para coordinar el movimiento de todas las partes constituyentes del organismo y seleccionar entre las acciones. Los músculos evolucionaron, junto con las neuronas para coordinarlos, inicialmente distribuidas en redes nerviosas simples. A medida que avanzó la evolución, el sistema nervioso se volvió más complejo, conectando las estructuras sensoriales con los músculos a través de capas intermedias de interneuronas. El significado de las señales se desconectó de la acción inmediata, dando lugar a representaciones internas…
Para ser justos, es de suponer que Mitchell no se propuso defender la evolución darwiniana frente a otras posibles explicaciones. El objetivo de Free Agents no es realmente explicar cómo evolucionamos para ser lo que somos, sino simplemente describir lo que somos, de acuerdo con la vanguardia de la neurobiología. Ahí es donde el libro brilla.
«libre»
Una visión del libre albedrío, llamada «compatibilismo», sostiene que el determinismo materialista y el libre albedrío son verdaderamente compatibles. Esta posición es aparentemente bastante popular en los círculos de filosofía de la mente, y ha sido defendida por Daniel Dennett y otros filósofos famosos. El argumento dice, en primer lugar, que no importa si un organismo «podría haber actuado de otra manera»; lo que importa es que el organismo sea la fuente de la acción. Es decir, se puede decir razonablemente que tenemos libre albedrío si somos capaces de hacer lo que queremos, incluso si no seamos capaces de querer lo que queremos. En segundo lugar, los compatibilistas señalan que los organismos y sus entornos son tan complejos que no hay forma, ni siquiera teóricamente, de predecir lo que hará un organismo en una situación futura. Así que, a todos los efectos prácticos, somos libres.
Mitchell considera que estos argumentos no son convincentes. Parecen estar diciendo que si simplemente cambiamos nuestra perspectiva o nuestras definiciones, el problema desaparecerá. «Pero no puedo evitar la sensación de que hay algún tipo de juego de manos en esta línea de argumentación», escribe. «Parece como si se estuviera produciendo una distracción (presumiblemente involuntaria), como si se hubiera eludido o incluso negado el problema principal, en lugar de afrontarlo». En cambio, debería haber cierta indeterminación genuina en el sistema, o de lo contrario, «no importa cuán complejo sea, el agente será empujado de manera determinista por sus propios componentes».
Creo que el «juego de manos» que Mitchell percibe es la confusión de la epistemología con la ontología: confundir lo que se puede conocer con lo que es. De todas formas, Mitchell sostiene que el alboroto es innecesario. En realidad no hay ninguna razón para que el libre albedrío tenga que ser compatible con el determinismo estricto, dice, porque resulta que la física no es estrictamente determinista. Este requisito es una reliquia de una época pasada, cuando todo parecía moverse inexorablemente de acuerdo con simples leyes newtonianas. La mayoría de los físicos cuánticos modernos, por el contrario, coinciden en que las partículas parecen tener realmente un grado de libertad o verdadera aleatoriedad en su movimiento. Entonces, dice Mitchell, «no hay nada en las leyes de la física que descarte la posibilidad de la agencia o el libre albedrío, a priori».
De hecho, varios estudios parecen mostrar que los organismos actúan de forma no determinista. En un experimento fascinante, se conectó una sonda eléctrica directamente al sistema nervioso central de una sanguijuela, lo que permitió a los experimentadores pasar por alto por completo las complejidades del entorno y administrar exactamente el mismo estímulo repetidamente. Incluso en condiciones tan perfectamente controladas, parecía no haber forma de predecir cómo respondería una sanguijuela (como la de la foto de arriba) al estímulo cada vez.
Esta aparente indeterminación se extiende a situaciones y comportamientos más complejos, dando lugar a lo que se conoce como la Ley de Harvard del Comportamiento Animal: «En circunstancias experimentales cuidadosamente controladas, un animal se comportará como le plazca».
Todo bien hasta ahora
¿Pero qué pasa con los experimentos que parecen demostrar lo contrario, que el libre albedrío es una mera ilusión?
Hay bastantes experimentos famosos de este tipo, pero en opinión profesional de Mitchell, no muestran nada de eso.
Por ejemplo, el ahora famoso experimento de Benjamin Libet de 1983 mostró una señal llamada «potencial de preparación» en el cerebro una fracción de segundo antes de que el sujeto fuera consciente de elegir mover su mano. Muchos han tomado esto como la prueba definitiva de que el libre albedrío es sólo una ilusión: en el momento en que creemos que estamos eligiendo libremente, el cerebro en realidad ya ha decidido de antemano.
Mitchell escribe que esta interpretación es «por decirlo suavemente, una drástica sobreinterpretación»:
Esto se debe a que el diseño del experimento lo hace efectivamente irrelevante para la cuestión del libre albedrío. Los participantes tomaron una decisión activa y deliberada cuando aceptaron participar en el estudio y seguir las instrucciones de los investigadores. Estas instrucciones les decían explícitamente que actuaran por capricho: «dejar que el impulso de actuar apareciera por sí solo en cualquier momento sin ninguna planificación previa o concentración en cuándo actuar». No tenían motivos para querer mover la mano más en un momento que en otro porque no había nada en juego. Y entonces, parece que efectivamente actuaron por capricho: decidieron dejar que los procesos subconscientes de sus cerebros decidieran, aprovechando fluctuaciones aleatorias inherentes a la actividad neuronal.
Esto es lo que concluyó un grupo diferente de neurocientíficos, dirigido por Aaron Schurger, tras analizar los datos del experimento original: que los sujetos de prueba habían establecido (instintivamente, por supuesto) un cierto nivel potencial de actividad neuronal, decidiendo que cuando fluctuaciones aleatorias en el cerebro alcanzaran ese nivel, tomarían la acción prescrita.
Ahora tienes dos interpretaciones plausibles de los datos.
¿Entonces a quién le creemos?
Otro experimento, dirigido por Uri Maoz y Liad Mudrik, buscó distinguir entre las dos posibilidades. Los investigadores dieron a la mitad de los sujetos de prueba una decisión sin consecuencias graves y a la otra mitad una decisión con consecuencias que les importaban. De hecho, cuando a los sujetos se les daba una decisión intrascendente, un potencial de preparación precedía a la decisión, como en los experimentos de Libet. Pero cuando la decisión era importante, no se detectó ningún potencial de preparación.
«En general», escribe Mitchell, «los experimentos de Libet tienen muy poca relevancia para la cuestión del libre albedrío. No se relacionan en absoluto con decisiones deliberativas, en las que no se observa potencial de preparación. En cambio, confirman, primero, que la actividad neuronal en el cerebro no es completamente determinista y, segundo, que los organismos pueden elegir aprovechar la aleatoriedad inherente para tomar decisiones arbitrarias en el momento oportuno».
Hasta ahí llega la palabra «libre». Analizaremos luego lo que Mitchell tiene que decir sobre la «voluntad».
Nota
- Ej., Mitchell menciona la visión ahora clásica de que la simbiosis podría haber sido necesaria para hacer el cambio de la vida procariota a la eucariota.
Artículo publicado originalmente en inglés por Daniel Witt en Evolution News & Science Today