El biólogo de la Universidad de Washington, S. Joshua Swamidass, ha publicado un interesante ensayo sobre la singularidad humana que vale la pena leer. Swamidass señala que el hecho de que uno acepte el ancestro común de humanos y simios no significa que uno tenga que aceptar las afirmaciones de aquellos que desacreditan la singularidad humana. Estoy de acuerdo con él.

Un buen ejemplo de alguien que adoptó este enfoque es Alfred Russel Wallace, quien co-desarrolló la teoría de la evolución por selección natural con Charles Darwin, y a quien Swamidass cita en su artículo. Wallace aceptó el ancestro común, pero llegó a creer que la mente humana así como muchas otras características de la naturaleza no podían explicarse simplemente como el resultado de una selección natural no guiada. Wallace probablemente habría estado de acuerdo con la burla de G.K. Chesterton de que «el hombre no es simplemente una evolución, sino más bien una revolución».

Nuestros lectores habituales sabrán ya que los defensores del diseño inteligente tienen una afinidad especial por Wallace, y el historiador de Birmingham Michael Flannery de la Universidad de Alabama relató la versión de la evolución teleológica de Wallace en su biografía Alfred Russel Wallace: A Rediscovered Life. Ver a un biólogo como Swamidass mencionar a Wallace, así como disentir de las negaciones sin sentido de la singularidad humana tan común entre los científicos de hoy, es refrescante.

Por supuesto, soy más escéptico que Swamidass con respecto a algunos de los datos que, según él, apuntan a ancestros humanos comunes con otros mamíferos. Pero aplaudo a Swamidass por señalar que la creencia en un antepasado común en sí misma no implica un rechazo de la singularidad humana o la dignidad humana. Es un punto que desearía que más científicos de la comunidad evolutiva pudieran apreciar.

En nuestra cultura, los partidarios de la teoría darwinista con demasiada frecuencia han estado a la vanguardia de los ataques reduccionistas sobre la singularidad humana y la dignidad humana. El paleontólogo de Harvard Stephen Jay Gould afirmó que la «biología darwiniana nos quitó nuestro estatus de paragones creados a imagen de Dios». El bioético de Princeton Peter Singer afirma que «la teoría de Darwin socavó los fundamentos de […] toda la manera occidental de pensar sobre el lugar de nuestra especie en el universo «mostrándonos» simplemente que somos animales». El ecoactivista Christopher Manes afirma que «Darwin invitó a la humanidad a enfrentar el hecho de que la observación de la naturaleza no ha revelado ni una pizca de evidencia de que la humanidad sea superior o especial, o incluso más interesante que, por ejemplo, liquen».

Estas ideas han tenido un impacto en las actitudes populares. Según una encuesta realizada a principios del 2016, el 43 por ciento de los estadounidenses coinciden en que «la evolución muestra que ningún ser vivo es más importante que cualquier otro» y el 45 por ciento cree que «la evolución muestra que los seres humanos no son fundamentalmente diferentes de otros animales».

Parte de la desacreditación de la singularidad humana entre los partidarios de la evolución se remonta al mismo Darwin, y es difícil negar que haya una cierta lógica aquí, si el mecanismo de la evolución es el proceso  de cambio aleatorio de Darwin. Si tal proceso proporciona una explicación exhaustiva tanto para la mente como para la moralidad, entonces la autoridad especial de la racionalidad humana y de la ética humana se cuestiona por razones articuladas por C.S. Lewis, Alfred Balfour, Alvin Plantinga y Thomas Nagel.

La buena noticia es que uno puede abrazar una teoría de antepasado común sin tener que abrazar la evolución neo-darwiniana como una explicación que lo abarca todo, aunque puede requerir ir contra corriente para hacerlo.


Artículo publicado originalmente en inglés por John G. West Ph.D.

Foto: Gorila negro, zoológico de Apenheul, Antwerpen, Bélgica, por frank wouters (Flickr) [CC BY 2.0], a través de Wikimedia Commons.