¿Tiene la idea de “propósito” un lugar en la ciencia? ¿Puede haber realmente una ciencia del “propósito”? ¿Alguien ha tratado previamente de describir tal concepto? ¿Y qué podría implicar eso?

Dado que el tema en sí es, como mínimo, novedoso en el contexto científico, preguntas como estas son inevitables. La «ciencia del propósito» es nueva en el marco analítico y, por lo tanto, está obligada a defender su pretensión de validez.

Propósito en un marco de trabajo

Acordemos aceptar una definición indiscutible de ciencia y veamos si el propósito se puede acomodar dentro de ese marco. He aquí una definición sencilla y ampliamente aceptada de ciencia. Es “la observación de fenómenos naturales con el fin de discernir patrones reconocibles que puedan describirse en una relación causa/efecto, de modo que se pueda desarrollar un modelo de esa relación que proporcione al menos una generalización cualitativa que se aplique a los fenómenos naturales observados. A nivel cuantitativo, tal generalización debe probarse para hacer predicciones verificables sobre el comportamiento de tales fenómenos”.

No creo que uno pueda encontrar fácilmente una excepción a esta definición. La ciencia, especialmente la biología, ha sido históricamente un ejercicio cualitativo descriptivo. Casi todas las «leyes de la ciencia», que se aplican a la parte cuantitativa de la definición, se limitan al ámbito de la química y la física.

La ciencia del propósito puede subsumirse fácilmente dentro de la definición cualitativa/descriptiva. Pero más allá de eso, una relación de modelado también permite el análisis cuantitativo.

Sigamos con otra definición. ¿Qué es el propósito? Lo defino como: “el logro de un resultado predeterminado para cumplir una meta deseada”. Nótese que esta definición implica dos conceptos raramente empleados en ciencia: intencionalidad y tiempo futuro.

Una lista interminable

Sin embargo, con solo un poco de reflexión, uno se da cuenta de que es sencillo compilar una lista interminable de ejemplos en la naturaleza que exhiben un propósito. Las abejas recolectan miel, las aves construyen nidos para sus crías, los salmones migran para alimentarse y aparearse, las serpientes emboscan a sus presas, los tallos de las plantas se doblan hacia la luz, las gimnospermas rocían polen para reproducirse, los perritos de las praderas cavan madrigueras para esconderse de los depredadores, los lobos cazan en manadas para mejorar su éxito depredador, los rumiantes viajan en manadas para resistir la depredación. Esa sería la taxonomía del propósito, entendida de la misma manera que los anatomistas comenzaron a entender la fisiología hace dos siglos.

Fue el descubrimiento de la similitud de la anatomía entre diferentes clases y filos de organismos lo que permitió que la biología progresara como una ciencia descriptiva y cualitativa. De la misma manera, uno se da cuenta rápidamente de la unidad de varios propósitos discretos que gobiernan y unifican la biosfera.

Esos propósitos incluyen la obtención de alimentos, refugio, un entorno adecuado, apareamiento, protección de la descendencia y más. Todos estos son propósitos fácilmente definibles que definen casi toda la biota. El propósito en estos niveles descriptivos es innegable, demostrable y fácilmente contenido dentro de un modelo generalizable de organismo. Sí, en resumen, el propósito tiene un lugar en la ciencia.

Artículo publicado originalmente en inglés por Stephen J. Iacoboni en Evolution News & Science Today